



El Palacio Real de Olite (aunque a mí me guste llamarlo más castillo) fue construido entre 1402 y 1424, constituyendo uno de los conjuntos histórico-artísticos más importantes de Navarra.
Fue Carlos III "el Noble" (Rey de Navarra) quien promovió su edificación, adecuándolo a sus gustos y usos con majestuosas cámaras, salas, torres, palacios y jardines que sirvieron también a otras cortes olitenses hasta bien entrado el s.XV.
Después de esa etapa, comienza el declive de este palacio, que acaba utilizándose esporádicamente como residencia de virreyes, hasta que durante la Guerra de la Independencia, en 1813, el Palacio fue incendiado quedando inhabitable, vacío y semi-derruido.
Pero hoy podemos disfrutar de las vistas, los muros y las salas (eso sí, vacías) de este castillo gracias a las obras de restauración que comenzaron en 1937 y se prolongaron durante unos 30 años.
Y está bien tomarse cosas tan sencillas con tanta delicadeza, dándoles la importancia que no tienen, para hacer propicio el ambiente que buscas y te aisla. Al calor de la porcelana, con el vaho de especias en la nariz, el poso de azúcar a mitad de disolver y el líquido recorriéndote la garganta, aunque sea por un momento, logras apagar el interruptor y reflexionas, casi sin querer, invadiéndote una mezcla de paz y paciencia que conforman un cultivo óptimo para concluir, para decidir.
Porque a pesar de tanta tecnología, fuentes de información y normas de actuación, basta con un par de tazas de té para encontrar las respuestas. Esas que sólo están en ti.