Lo he repetido ya en alguna ocasión, pero cada vez que me acerco al norte de España quedo fascinado no sólo por los paisajes y su gente, sino también por su cocina. Nunca antes había estado en Asturias, por lo que la elección de Gijón no pudo ser más acertada para comenzar con buen pie la visita.
Ciudad agradable, con el tamaño justo para saborearla durante un fin de semana, histórica, marinera, limpia y ordenada, tradicional con su cultura, adaptada a los tiempos que corren.
Sin duda, el centro histórico, el puerto y las playas merecen placenteros paseos durante el día y también la noche. Sin prisas, parando para una sidra en cualquier tasca, oliendo el mar desde el puerto, hundiendo los pies en la arena, disfrutando de preciosas vistas de la costa norte.
Vuelve a aparecer Chillida también aquí, con el Elogio al Horizonte
Muchos rincones nombran a
Jovellanos, que es recordado en calles, teatros, museos, etc., pero el barrio que más atractivo luce es sin duda Cimadevilla, la península que separa las playas urbanas de Poniente a un lado y de San Lorenzo al otro.
Tanta vuelta por aquí y por allá y tanto tomar el sol al final provocan un hambre que, con las fragancias sustanciosas a marisco y pescado provenientes de los numerosos bares y restaurantes del centro, no hace sino empeorar a cada paso que se da. Pero para eso Gijón también tiene buen remedio...
Cocina elaborada en Casa Zabala
Bien sea con un "culino" de sidra recién escanciada, bien con vino o cerveza, hay que intentar
probar todo lo que se anuncia en las pizarras, por muy raro que suene. Me queda en la memoria una increíble sopa de pescado en el Centenario, una exquisita crema de nécora en Casa Zabala, sin olvidar las
parrochas, los
pixines, el
chipirón afogao, y, y, y...
Tapas y raciones por el centro
Cafés y pubs también por la noche, mucho ambiente (incluidas numerosas despedidas de solter@), tranquilas terrazas y en resumen turística, pero no tanto, Gijón nos mostró su mejor cara consiguiendo que pensáramos en volver alguna otra vez. Una ciudad para disfrutar, más aún si se va en buena compañía.
Una curiosidad; en el centro, al lado del antiguo edificio de Tabacalera, en la plaza del periodista Arturo Arias, abundaba gente haciendo botellón, medianamente civilizados, no demasiado ruidosos, casi podría decirse que integrados en el barrio. Lo que la mayoría bebía no era ron ni whisky... ¡era sidra lo que no paraban de escanciar!
Como recomendación adicional, a sólo una hora de camino desde Gijón, tenemos el pueblo de
Cudillero, con un bello puerto pesquero y sus casas construidas sobre la colina que muere a orillas del mar. Muy recomendable recorrer sus callejuelas, pasadizos y escaleras hasta las alturas... impresiona ver la forma en que se construyeron edificios, patios, terrazas y balcones, un laberinto a veces claustrofóbico, otras parecido a un cuadro de
Escher, que en más de una ocasión provoca la involuntaria ojeada al quehacer del vecino.
Asturias, ¡nos vemos!