domingo, 27 de enero de 2008

Pudo suceder en la Puebla de Guzmán (y IV)

Una vez en casa, dejan rápidamente los bártulos en el patio y pasan hambrientos al interior, olfateando lo bueno que se está cocinando dentro. Los hermanos ponen la mesa, el padre descorcha una botella de vino, la abuela anda colando el caldo y la madre aparta en una fuente la carne que rematará la comilona. Una ensalada, algo de jamón, unas aceitunas machacadas, el puchero y la fuente para la "pringá".
Antes de que a Manuel Peña le dé tiempo a pasar al baño para lavarse las manos, lo aborda su madre en el pasillo para pedirle que vuelva a salir a la calle, apretándole unos euros en la mano:"¡Ay, hijo mío, cómo tengo la cabeza! Me vas a tener que hacer un mandado (4). Ve a la tienda a que te despache (5) Pedro un pan grande de jara."

Mercado

No sin refunfuñar, pero a paso ligero, sale Manuel con las monedas en la mano en busca del pan. Al bajar su calle observa a través de una de las enormes ventanas de la casa que hace esquina, un amplio salón repleto de cidras (cidra cayote (2)) con las que se hará en primavera el dulce típico de la romería. A pesar del hambre y la prisa por regresar pronto, vuelve a caer en sus fantasías e imagina a Mari Peña con una cesta en la mano, repleta de rosas (7) y tortas, listas para ser repartidas en nombre de los mayordomos por las casas de los puebleños.

Cidra

Al cruzar la calle para entrar en la tienda gira instintivamente la cabeza a su derecha y observa cómo por el mismo empedrado que había recorrido poco antes para alcanzar a su abuelo, ahora camina ella. En primera instancia no sabe si su subconsciente lo traiciona y parpadea un par de veces...confunde la imagen de la chica que llevaba la cesta con la real, el vestido anaranjado de verano con la chaqueta gris de invierno, la sonrisa que en el sueño creía suya con unos ojos serios e interrogantes que se clavan en los suyos.
Antes de recomponerse, un nuevo sobresalto hace que Manuel quede paralizado por completo. A escasos metros detrás de Mari Peña, avanza Luis, inadvertido por ella, con media sonrisa dibujada entre las comisuras de sus labios. A Manuel Peña le pasan por la mente las imágenes del último encuentro con Luis, durante un partido de fulbito que jugaron en la Mina de las Herrerías, durante el que recibió más mascadas (4,5) de ese chalado que pases de balón y le empieza a tentar la idea de escaquearse (3) en ese preciso momento.

Fútbol Herrerías

Mientras tanto Luis, consciente del susto de Manuel, aprovecha para hacer mojigangas (2) tras la chica, ridiculizándola sin reparo. Esta frunce el ceño al no saber muy bien a qué se debe la repentina palidez del que tiene en frente. Sin embargo detecta algo en el brillo de los ojos de Manuel, una débil señal de alerta, que la hace dar un brusco giro para pillar a Luis in fraganti.
Colorado (2) primero por la vergüenza y luego por la ira, Luis reacciona echando a correr directo hacia Manuel. Con los puños apretados aparta a Mari Peña del camino y se abalanza sobre él. Manuel se arma de valor y esquiva la embestida en el último momento. Cuando Luis bracea al aire desequilibrándose, aprovecha Manuel para zancadillearlo y hacerle perder el control por completo. Luis cae de bruces sobre la calle, hundiendo su cara en un charco mezcla de barro y cagajones. Se incorpora asustado y mira incrédulo a los dos que lo observan desde la acera, mientras los churretes le caen desde la frente hasta el cuello.
Ante esa imagen, Manuel y Mari Peña hacen un verdadero esfuerzo por contener la risa, pero cuando se miran el uno al otro, acaban rindiéndose para estallar con una sonora carcajada que hace que Luis rompa a lloriquear y abandone cojeando el lugar de su desdicha.
Sin mediar palabra, por la circunstancia de no saber qué decir, los zagales se dedican una mirada fugaz y hacen intención de seguir sus caminos. Para fortuna de Manuel, pasa también ella a la tienda.

Tienda

"Una garrafa de aceite y un pan chico, Pedro", pide la chica al tendero. Manuel aprovecha el viaje de Pedro a la trastienda para pedirle un pan grande para él. Después de pagar, alarga la mano hacia el asa de la garrafa, sin percatarse de que Mari Peña ha tenido la misma intención, rozándose así las manos de ambos. "Te acompaño.", dice Manuel a media voz. Ella asiente, sonríe y ambos salen juntos de la tienda.


Cuando Manuel regresa a casa, casi no oye cómo le regaña su madre por la tardanza, ni percibe cómo luego su padre le pelea (2) a uno de sus hermanos por haber tranbucado (de trabucar) un vaso de agua. Manuel sólo sonríe. El mayor de los tres cuenta durante el postre que en la obra de Dionisio uno de los peones movió la guita que marcaba dónde iban a ir los plintos y todos quedaron torcidos. Luego dice que subiendo esportones de ladrillos a carrucha se le escapó la cuerda y casi se carga al maestro albañil que andaba repellando una pared por debajo de él. Este, harto de su torpeza, acabó lanzándole el palaustre (de palustre) a la cabeza. Todos se ríen por esta historia y Manuel sonríe por otra.

Barrio Obrero hace mucho

Cuando van a recoger la mesa, el mediano sale disparado al baño por los retorcijones que le entran, mientras el abuelo se sienta en la butaca quejándose de las ardentías que tiene. Manuel Peña sonríe. Hace muy poco que dejó a Mari Peña con la compra en su puerta. Y sonríe.

Todos se van acomodando en el salón para ver el parte (21) al calor de la copa (7), donde el picón incandescente pronto se habrá hecho brasas. La abuela coge sus enseres de costura y empieza a cogerle la bastilla a un pantalón. Manuel sonríe. En el quicio de su puerta se despidieron y la invitó a dar una vuelta por la tarde, a caballo. Y sonríe.
Su madre se ha quedado dormida y su padre mestura gasoil con agua para limpiar un viejo quinqué que adorna el pasillo. Manuel sonríe. Oye las palabras que ella le contestó:"Vale, esta tarde te acompaño yo a tí." Y sonríe.

Atardecer sobre Puebla

El abuelo le ha dado un sorbo al café y se ha engollipado. Tose. Fuera se oye pasar una moto que se ha metido a contramano en la calle. De la chimenea cae un trozo de hollín. Y Manuel Peña sonríe. No cogerá el jamelgo que tiene en la cuadra, sino el caballo careto que le pedirá a su amigo Antonio. Promete hacer una alcancía para comprarse uno mejor. Para que ella pueda montar escarranchada detrás, abrazada a él. Como esta tarde.

Fuente entrada

Y vuelve a sonreir... porque se despidieron con un beso.

7 comentarios:

  1. Sí si si!!! Que ha acabado con final feliz!!! :)

    Yuhu!!!

    Enhorabuena por esta serie, maestro!! :)

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  2. Bravoooooo!!! plas, plas, plas.
    Esto es lo que todos andabamos esperando, un final feliz pal probe Manué.
    Una gran historia D. Japogo. Por cierto, me encantó la foto de la tienda; típica, tipiquísima.
    Un besazo, xulo.
    Melocoton

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  3. No era plan de acabar mal, no? Happy end, of course. Gracias Ignacio!
    Melocotón, muy típica y manteniéndose la bicha!
    Más de una visita típica le habrás hecho tú tb para hacer algún mandado... Otro beso.

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  4. Qué bonito, Maestro. Muchas gracias por el buen rato.

    Y de las enseñanzas de la última entrega, me quedo con la que no me fue nueva, pero ganó categoría: el fulbito. Pal próximo partido.

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  5. Gracias Pierre... ojo, espero por lo bajini, algún correo corrector que siempre viene bien y aprendo.
    PD: Yo en esta me quedo con la palabra mojigangas.
    Ahhh, y ese partido, a ver para cuándo!

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  6. Por fin pude salir de dudas...menos mal que el tito Moro me ha arreglado los "drivers" del ordenador para poder leer el final feliz de esta super novela de bellota 100%.
    La foto de la tienda de Rubio mu'buena, pero por el bien de todos los que entramos...habrá que restaurarla un poquito¿no?

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  7. Erkiwi ha vuelto! Si es que cuando se suelta la junta del disco duro y se le hace el paralelo al software de arranque, se arregla todo. Y el tuning del driver lo deja todo niquelao.
    La tienda tiene su encanto. Que no me la cambien por un escenario de Carrefour!

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